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domingo, 28 de diciembre de 2014

A mi padre

La muerte se aproxima a mi vida...

Padre mío,
¿cuántas veces con la mirada imploré por tu abstinencia?
incluso rogué al cielo tu ausencia
con la esperanza de que hubiera un maestro supremo que me oyera.
¡Cuánto te amé con ojos de niña!
¡y cuánto te odié con el corazón roto
y una mirada que no era mía sino de otros!

Ahora, me entero cómo se te va la vida poco a poco,
con la dignidad puertas afuera,
con el juicio caído
y la perversidad del que no ve más que su propio deseo.
Ya de ti nada queda,
te has convertido en un fantasma,
el fantasma que siempre fuiste,
el nunca visto.

Tú, 
eres el niño olvidado encarnado, 
ahora viejo y desdeñado,
saboreándote con el recuerdo de un pecho lleno de leche 
que no te dejó más que olvido.
Siempre rechazado, ignorado, aplastado,
quedaste inmortalizado como niño hambriento,
pobre de afecto.
Tuviste ojos que no usaste para ver
y creíste lo que toda tu vida sentiste.
No fuiste amado 
¿cómo aprenderías a amar?
¿cómo es vivir con tanto vacío por dentro?
Es una pena que no acaba 
y que transformó lo que alguna vez fue brillo
en un fondo podrido.

¿Quién eres ahora?
¿quién fuiste alguna vez?
No puedo evitar recordar al padre irresponsable pero tierno,
aquel que soñaba despierto, 
que me enseñó a contemplar las estrellas
ahora entiendo - 
con cierto deseo de fuga.
Es que el mundo a veces duele,
pero alguna huella dejaste.
Hasta el más miserable tiene algo que enseñar,
y tú me enseñaste a soñar.
Tal vez nunca bajaste a la tierra, 
tal vez nunca tuviste el valor de emprender el vuelo.
Como sea, 
verte y no encontrarte en quien veo
me quita el respiro y me produce un grito sordo.
¿Cómo es que has llegado a tal punto?
¿te dejas morir y nada más?
Sé que no he estado más que para criticarte,
se agotaron mis años de adolescencia 
entre tanta miseria familiar que ocultar dentro de las cuatro paredes.
Y ahora, la verdad es que me da pavor verte morir.

Yo, tuve un padre;
de pronto, un ser despreciable.
Ahora, ya nada queda. 

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