Su encanto era innegable.
Con una mirada idílica que incluso acentuaba su virilidad,
veía las olas romper sobre las rocas,
sosteniendo una sonrisa que hablaba sin palabras,
una sonrisa que hablaba de su felicidad.
No estaba solo,
aunque lo experimentaba íntimamente.
Ella a su lado, era su alegría.
No era necesario mirarla cada segundo para saber que ahí estaba.
La sentía cerca y, más que cerca, parte de él.
Su distendida postura
era reflejo de la seguridad que sentía junto a ella.
Su libertad no era amenazada,
por el contrario,
se sentía libre a su lado.
Nunca antes le había pasado.
Ella, admiraba mientras su belleza.
Grababa en su memoria su rostro iluminado
por la cálida luz del sol que lo hacía parecer dorado.
Era un recuerdo que jamás olvidaría.
Acompañada esa imagen del sonido de las olas
y de la brisa que rozaba sus mejillas,
se permitía por primera vez vivir el momento.
Nada más era importante para ella.
Nada era más importante que aquel instante.
Entregados los dos a ese silencio único,
de exuberante compañía y paz,
nunca antes se habían sentido más unidos a alguien.
Jamás habían sido tan felices.
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